El asesinato de José Mori, una persona a la cual se le vinculaba con Fernando Zevallos, en las afueras del penal San Jorge cuando se dirigía a participar de una audiencia judicial, demuestra que el narcotráfico y la ola de violencia que engendra está presente en nuestra ciudad con mayor fuerza de la que muchos piensan.
Es simplemente irrisorio cada vez que en los noticieros anuncian que la policía ha dado un duro golpe al narcotráfico por decomisar unos cuantos kilos de pasta básica de cocaína. La verdad es que todo lo que logran retener no es ni el 10% de lo que sale de nuestros puertos hacia el mundo.
El problema de fondo es que el narcotráfico sigue siendo visto como algo lejano a la capital, como un fenómeno de la ceja de selva o del Valle del río Apurimac y Ene. Pues eso es iluso. Nuestra capital ya está invadida hace años y es un negocio que crece junto con una nueva mafia que compra autoridades y corrompe el Estado, poniendo en riesgo a toda la población.
Si estos sicarios ya se atreven a matar a alguien que está participando de un proceso judicial en plena vía pública a la vista y paciencia de los transeúntes, es momento de preocuparse mucho más. Aparte de eso, las constantes amenazas a los fiscales y jueces fuera de Lima y las dudosas decisiones de la Fiscal de la nación, Adelaida Bolívar de exponerlos a la muerte, deben tomarse como un peligro latente y real.
Es momento de que el gobierno decida encarar este problema con seriedad y a gran escala y no esperar que vuelva a ocurrir algo como el atentado en la calle Tarata en los noventas para recién reaccionar cuando ya estaban durmiendo con el enemigo.
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